¿Quién soy?

De los píxeles al propósito: transición y sentido

Me llamo Daniel Díaz, y si algo ha marcado el pulso de mi vida, han sido los ordenadores, los videojuegos y el deporte. En mi infancia, mientras otros soñaban con ser astronautas o futbolistas, yo me perdía entre cables, monitores y aventuras digitales que transcurrían en pantallas de 17 pulgadas. Jugaba en el PC como quien explora nuevos mundos y leía sobre informática con la misma devoción con la que otros leen novelas de misterio. Y, por supuesto, el fútbol –y más tarde el pádel– eran mi válvula de escape del mundo binario.

La elección universitaria fue casi automática: Ingeniería Técnica en Informática de Sistemas. No porque me lo impusieran, sino porque no podía imaginarme haciendo otra cosa. Me formé, me gradué y empecé el camino clásico: becario, luego empleado en consultoras, hasta llegar al puesto de analista programador en la empresa donde hoy sigo.

Y sin embargo, había algo que no encajaba. Una especie de zumbido interno. Como cuando una canción suena levemente desafinada pero no sabes exactamente por qué. Me di cuenta de que, aunque tenía un trabajo estable, no era la vida que realmente quería construir. No me movía solo por un sueldo a fin de mes; lo que yo buscaba era libertad. Libertad financiera, sí, pero también libertad mental, creativa, vital.

El emprendimiento, al principio, me parecía una palabra grande, casi mitológica. Pero poco a poco empecé a acercarme a ella. No fue una revelación divina, sino más bien una acumulación de pequeñas dudas, preguntas y curiosidades. Esa fascinación por los negocios, por las formaciones, por crear algo propio, empezó a crecer como una raíz invisible que lentamente perfora el asfalto.

Descubrí el potencial de generar ingresos online, de diversificar, de construir algo que no dependiera de un único jefe ni de un único sistema. Y esa sensación, créeme, es como aprender a nadar en mar abierto después de años chapoteando en una piscina.

Eso sí, durante mucho tiempo desconfié de todo lo relacionado con la formación digital. Lo veía como un ecosistema lleno de humo y promesas infladas con helio. Y no me equivoqué del todo: hay mucho postureo, mucho gurú de cartón. Pero también hay valor real. Lo descubrí gracias a una recomendación de alguien en quien confío, y ese fue el punto de inflexión.

Hoy sigo siendo el mismo curioso de siempre, con la mente abierta y el escepticismo saludable. Pero también soy alguien que ha decidido no conformarse, que ha aprendido a distinguir entre la ilusión y la estafa, y que ha encontrado en el emprendimiento una forma de vida más alineada con sus valores.

Quizás no haya una fórmula única. Pero, al menos en mi caso, el viaje ha valido –y sigue valiendo– cada paso.